Frutillar, haciendo, hasta después de mediodía, 10 quilómetros de mensura. Cuando tratábamos de continuar con la costa sur i hallándonos ya algo separados del alojamiento, hubo que regresar aceleradamente por cuanto los truenos i los negros nubarrones del norte anunciaban una nueva tempestad, como en efecto se verificó média hora después, a las 4h P, M.
Es cosa bien singular que en esta latitud (41°) tengan lugar tales tronadas i tempestades eléctricas. Ayer, como hemos dicho, comenzó a las 7 de la noche i terminó a las 11h P. M. El 8 a mediodía hubo tambien otra tronada i negros nubarrones. Como se ve, no tienen estas tempestades horas fijas.
El aspecto del cielo en tales momentos es mui notable. Negros nubarrones de bordes desgajados se proyectan sobre un fondo ceniciento i un tanto gris, que deja a trechos lugares blanquecinos. Éstos al ser iluminadas por el sol producen un brillo plateado opaco que contrasta de una manera siniestra con las nubes densas i oscuras. Las nubes marchan en desórden a impulso del viento norte, siendo con frecuencia rasgadas por la brillante luz del relámpago. Si llueve, es tan solo a chubascos i con gruesos goterones, siendo la temperatura bastante elevada relativamente.
Durante los chubascos de hoi pudimos ver un espectáculo bien hermoso. Las aguas del Llanquihue rizadas por el viento aparecian manchadas de azul oscuro i con formas mui caprichosas, entrelazándose con manchas celestes. La causa de esta caprichosa coloracion era probablemente la diversa intensidad de la luz al herir la superficie de las aguas.
A las 6 de la tarde terminó la tormenta i ascendimos al tercer escalon de las colinas, en la chacra del colono Richter, que se eleva 65m,8 sobre las aguas del lago, o sean 109m sobre el nivel del mar. Desde este punto se nos ofreció a la vista un espléndido panorama capaz de hacer la fortuna de un pintor. Pasada la tempestad, el cielo habia quedado purísimo por el oriente. Las azuladas aguas del Llanquihue bañaban tranquilas las estendidas bases de los volcanes Osorno i Calbuco, cuyas plateadas nieves, lijeramente estriadas de sombras opacas, las hacian aparecer de relieve i como prendidas en el cielo. A lo lejos i entre ambos atalayas, el cordon de los Andes ostentaba al bicórneo Tronador, calvo testigo de las antiguas erupciones de la re-