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A LA LAGUNA NEGRA

IV

DE TINOCO A SAN GABRIEL.

A poco rato de Tinoco el dia principió a declinar. Algunos compañeros se habian adelantado bastante, i los rezagados no podíamos alijerar el paso de nuestras cabalgaduras por temor de que pudieran sufrir algo los delicados instrumentos que llevábamos.

La noche se nos vino encima, cubriendo el valle i las montañas con un negro velo; caminábamos, se puede decir a ciegas, ignorando ademas donde estaba el lugar en que debiamos acampar.

Por fin, a un lado del camino i a lo léjos distinguimos una luz, que nos, sirvió como faro; nos dirijimos hácia ella tan lijero como lo permitia nuestra liviana pero delicada carga, i despues de un largo cuarto de hora arribábamos a la deseada luz que no era sino una gran fogata a cuyo rededor se calentaban algunos hombres.

Ibamos a pasar adelante cuando uno de ellos salió a toda prisa, i preguntándonos si formábamos parte de la espedicion, nos señaló el sitio a donde debíamos dirijirnos. Estaba apostado allí por orden del intendente.

El lugar que nos señalaba i que distinguia una gran hoguera, casi oculta entre los árboles, estaba situado en la planicie o falda de un cerro, a unos treinta metros sobre nosotros.