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DE LAS LAGUNAS NEGRA I ENCAÑADO

do con sus dorados resplandores las cándidas nieves de los Andes, ese grandioso altar de la naturaleza, obra de los siglos, orgullo, si puede, del Creador.

En una habitacion de la calle de Huérfanos, habitacion tapizada, por así decirlo, de libros, cuadros i bustos; al lado de una gran mesa de trabajo, cubierta tambien de libros i papeles, estaba sentado un hombre, aunque jóven, de nevada cabellera. Escribia en esos momentos de una manera vertijinosa, alumbrado todavia por la luz de una lámpara.

A su derredor hallábanse algunos jóvenes, que, para no interrumpirle en su tarea, si conversaban, lo hacian en voz baja. Ese puñado de jóvenes, reunidos allí casi sin conocerse, iba guiado por un gran móvil, por una noble idea, por un hermoso sueño, en cuya realidad todos esperaban i tomaban empeño; esperanza i empeño que no serán, estamos ciertos, defraudados.

Ese puñado de jóvenes formaba parte de la comision nombrada por el entusiasta intendente de Santiago, don Benjamin Vicuña Mackenna, para esplorar las lagunas Negra i del Encañado i estudiar la posibilidad de vaciar sus aguas, en caso necesario, en el valle de Santiago, i esperaban allí la hora de partir.

Poco a poco fueron llegando las demas personas que componian la comision i poco a poco también fué llenándose la habitacion.

Los recien venidos daban un apreton de manos a los que los habian precedido en la llegada i tomaban parte en la conversacion, siempre en voz baja