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A LA LAGUNA NEGRA

cer algunos días mas en la laguna para terminar ciertos trabajos, i de dar un apreton de manos a nuestro buen amigo Luna, emprendimos la marcha divididos en dos secciones: una compuesta de los señores Vidal Gormaz, Ansart, Figueroa, Alvarez i Lazo, que tomó el camino que trajéramos al principio, i la otra, compuesta del señor Vicuña Mackenna, lord Cochrane, los señores Cruz Vergara, Castañeda i el secretario, que debia dirijirse, pasando por el valle del Encañado, cajon del Colorado i estero de San José.

A las nueve i media principiábamos a subir los cerros que atajan la laguna por el oeste.

A cada nuevo cerro que subiamos, volviamos nuestra vista i nos despediamos cariñosamente de la laguna i de esos lugares que la cordialidad habia hecho tan gratos.

Poco despues, i subiendo "los Escalones," empinado cerro compuesto de capas calizas, que forman verdaderos peldaños de difícil acceso, admirábamos el Encañado, precioso manantial, hijo lejítimo de la Laguna Negra i padre cariñoso del Manzanito.

A nuestra espalda i entre pastosos trechos, reventaban dos grandes chorros de agua cristalina—Ojos de Agua, como se les llama—que, con suave cadencia, corrian a aumentar el risueño Manzanito, juntamente con un arroyo que, desprendiéndose del cerro que subiamos se precipitaba por un estrecho cauce formado por una quebrada peñascosa.

En la cumbre de los Escalones, pudimos decir un