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A LA LAGUNA NEGRA

miedo pasado i estuvimos tentados de llamar a la maldita roca la peña de los rosarios.

Al pasar por el Rincon Negro, de donde quizá ha tomado su nombre la laguna, vimos en el costado oriental, mas allá de la Cascada Victoria i poco ántes de doblar la punta Figueras, una cueva, al parecer de mediana profundidad i que se prestaba ventajosamente para marcar una estacion.

Llegamos a ella, pero costó mucho hacer desembarcar a mi Cirineo.

Preguntándole la causa de su miedo, dijo:

—¿Qué no saben entónces que esta es la cueva del Toro negro, el alma condenada de un cacique, i que, cuando álguien se atreve a arrimarse por aquí, se embravece la laguna, levantando olas tan altas como los cerros i sale el condenado echando fuego por boca i narices i embiste a los cristianos?

Con gran trabajo conseguimos disipar su absurdo temor, i el mismo se reia mas tarde de sus ridículas supersticiones.

A las doce, doblábamos la punta Figueras i recorríamos la costa, occidental del sucucho del este; hicimos algunas estaciones, echóse el escandallo unas diez veces y bogamos en seguida hácia el norte, donde atracamos en una playa de pequeños guijarros para hacer nuestro almuerzo, despues de siete horas de trabajo i abstencion.

Varamos el bote y con los remos y mantas formamos una especie de toldo que nos preservara del sol que nos achicharraba. Por mantel teniamos la playa, por platos un pedazo de tabla i por vasos el