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A LA LAGUNA NEGRA

La sobremesa continuó hasta las nueve.

Si la carpa carecia de lujosas lámparas, dorados espejos, muelles alfombras, tapices i adornos; tenia, en cambio, los pulidos i arjentados rayos de la luna, el murmullo de las aguas, el jemido de la brisa, la magnífica música de la noche i de las montañas, i mas que todo, habia esquisita franqueza, alegría, nobles sentimientos. La carpa era un salon en las cumbres de las cordilleras.

Gracias a infinitas i repetidas instancias i de manifestarles los grandes peligros que corrian viajando por estrechos desfiladeros, consiguióse que nuestros huéspedes se decidieran a pasar la noche en el campamento, pudiendo emprender su marcha a la alborada del siguiente dia.

Vino la cuestion dormitorio: los caballeros podian, como nosotros, acomodarse de cualquiera manera, pero las señoritas no era posible. Era preciso a toda costa arreglarles un local a propósito i donde pudieran descansar de las fatigas de tan largo como peligroso viaje.

El mejor sitio era el departamento pequeño de la carpa en el que Alvarez, Diaz i otro habian hecho sus nidos. Las camas que ahí habia no eran ni mui blandas ni mui abundantes en ropas: tomando a uno alguna manta, a otro esto o aquello, se las hizo mas blandas i se aumentaron sus coberturas, consiguiendo improvisarles un dormitorio, si no digno de ellas, al ménos lo mejor que se podia en esas soledades.