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A LA LAGUNA NEGRA

en que ellas se encontraban hasta la playa, presentaba una falda, aunque algo pendiente, formada por un rodado.

Apénas el intendente vió lo que pasaba i el peligro que corrian los viajeros, dio órdenes para que un vaqueano fuera a socorrerlos; al mismo tiempo, me hizo hacer señales al bote para que volviera al embarcadero a toda fuerza de remos.

Se izó la bandera lacre, y el almirante Alvarez, como movido por esa intuicion del espíritu que hace adivinar tantas cosas, ordenó a los remeros bogaran con todas sus fuerzas.

El vaqueano habia partido ya a todo escape.

Miéntras llegaba la chalupa, el señor Vicuña Mackenna escribió una galante esquela, invitando a las atrevidas viajeras a que descansaran en nuestro campamento.

Aun la erguida proa de la chalupa no tocaba el muelle i ya los que la ocupaban, sabedores de la agradable nueva, saltaban a tierra con toda presteza, quedando en la embarcacion el Almirante y dos remeros.

El intendente entregó la esquela al compañero Alvarez i le dijo se fuera lo mas lijero en busca de los viajeros.

Como soplaba un buen viento del suroeste, se izaron en un segundo las velas, i la jentil embarcacion surcaba las aguas con tal velocidad i coquetería como si presintiera la hermosa carga que pronto iba a soportar.

Todos estaban en la playa, ansiosos por que el