mago de patán incapaz de apreciarla en su verdadero valor...
¡Y luego era un rayo la muchacha!
Dejé pasar un tiempo y una tarde le digo al viejo:
—¿Dígame, por qué no le enseña a leer a Felipa en los momentos desocupados? ¿En qué va a pasar el tiempo la pobre cuando sea moza, no teniendo madre, ni nadie que le haga compañía... tan solita?
—¡Ya he pensado!... Pero yo no sé leer Don Santiago y pacerle venir un maestro... usted sabe... eso cuesta!
—¡Pero hombre, amigo, le enseñaré yo... valiente!... No es trabajo...
Y el pobre mayordomo acogió con tres muestras de alegría mi proposición que no pudo menos que exclamar:
—¡Yo cumplo con mi deber de hombre honrado defendiendo la luz de la civilización!... ¡No me agradezca!
Y desde el otro día comenzamos las lecciones bajo la vigilancia del padre que quería asistir a todos los progresos de su hija.
Yo esperaba como el gato, morrongueando, el menor descuido para tender la garra acerada.