dole de carmín las morenas mejillas aún cubiertas por ese vello de la niñez, que parece nube de inocencia — transformada en raudales de besos tanto más ardientes cuánto mayor era el caudal en que brotaban!
Y fué allí, trás aquella pesada puerta de cedro, donde una noche, enloquecida por el fuego que circulaba en sus venas y sintiendo impotentes sus besos para apagarlo, entregó a su amante el velo de su pureza de virgen; ¡le sacrificó sus rubores de niña inocente!
Y la pobre mujer que con tosco lenguaje me pintaba su primer caída, mientras yo velaba como practicante al lado de su humilde lecho de Hospital, rompió a llorar y entre sollozos me dijo al darse vuelta hacia la pared:
—Desde entonces no volví a abrazar mi almohada soñando y hoy lloro al recuerdo de lo que tantas veces me deleitó!