—No... dígame que sí... sino soy capaz de acompañarla no digo hasta su casa... ¡hasta la polecía!
—Bueno... pero...
—¿A qué hora mi negrita?... ¡tan rica!...
—¡Ustedes dicen todos lo mismo!
—Yo no se lo digo no más que a usted... bueno... ¿a qué hora?
—A las seis... no me acompañe... mire que nos va a ver el patrón!
Y desde ese día, todas las tardes a las seis, hora en que los patrones comían, ella y él se encontraban en el zaguán semi-velado por las sombras de la noche que llegaba.
Fué tras la pesada puerta de cedro llena de molduras donde el desfloró sus labios de virgen con el primer beso de amor ¡fué allí donde por primera vez ella sintió, confusa y turbada, una mano de hombre acariciar los tesoros de su seno mientras en su oído vibraban palabras que hacían estremecer su cuerpo y cuya armonía desconocida no sospechaba antes, ni remotamente que existiera!
Fué allí donde sus labios aprendieron a derramar la dicha que la inundaba — tiñén-