copa del árbol que nos cobijaba, y atravesando las verdes y ásperas hojas con su mirada, me dijo:
— Mira, Rafael, mira.., allí hay un higo pintón... ¡es el primero!
— ¡Qué pintón!... ¡Todavía no es tiempo de higos!
— No Rafael... si es pintón!... ¡Yo lo veo! Y me acuerdo que al decir esto sus labios se movían como si saborearan aquella fruta delicada.
Viendo que yo no hacía caso a sus palabras y amenazaba continuar el cuento interrumpido, me dijo:
— Bájamelo... ¿quieres?
— ¡No!... ¡Hay mucho sol!
— Entonces yo lo bajo... ¡pero no te voy a convidar por haragán!
— ¡Qué me importa!
Ella trepó al grueso y mudoso tronco sin que yo me apercibiera y luego que estuvo arriba, me gritó:
— Che... Rafael... fijate si voy bien... derecho al higo!
Levanté la cabeza con desgano y miré para arriba.
No sé lo que pasó por mí ¡lo que recuerdo es que me levanté, tiré la varilla y me acer-