Maximito como todas las relaciones de la familia sino que me llamaba Máximo haciendo sonar con la x entre sus dientitos adorados.
Esto me enloquecía; no me dejaba comer y me metía tales ideas de elegancia en la cabeza que me obligaban a querer mudarme camisa todos los días, a andar con los pantalones sin rodilleras, a enojarme con los pilletes que en la calle me trataban como a su igual; en fin, me transtornaban por completo.
Una tarde, no sé si a propósito o por casualidad nos hallamos solos en el jardín, sentados en la pileta de las violetas, bajo el chalet verde formado por el viejo alerce rodeado de trepadoras.
Afuera había un sol ardiente como una llama amorosa de esas que al freir un alma adolescente, la hacen proferir en poesías y versos de todo calibre.
Ella me pidió que le alcanzara un jazmín que crecía a corta distancia y yo fuí a traérselo.
Cuando regresaba, miré al suelo y casi me desmayé al ver mi sombra en él, marchando ante mí con las piernas muy cortas, barrigona, con gran sombrero.