Me acuerdo que me latía el corazón muy ligero.
Después de arreglarme las ropas descompuestas por el esfuerzo hecho para alzarme, recuerdo que me dijo al mismo tiempo que me daba un beso en la boca sin que pudiera impedirlo:
— ¡Si vieras la sorpresa que te preparó para él próximo domingo!... Te voy a hacer un regalo precioso, a tí que eres la niña más buena, más piadosa y más linda de la parroquia... ¿A qué no adivinas lo que voy a regalarte?
Y su voz temblaba un poco.
— ¡No padre!... le contesté toda ruborizada porque sentí su mano izquierda apoyarse sobre mis rodillas, dulcemente y como al descuido, mientras que con la derecha me retenía en sus faldas.
— ¡Bueno!... ¡Adivina!... piensa en lo que más te guste... Y volvió a besarme, pero esta vez en el cuello.
Permanecí muda, me preocupaba aquella mano izquierda que me acariciaba cada vez con más franqueza y que se había ocultado a mis ojos.
— ¡Pues te voy a regalar un bonito relicario de oro con una reliquia milagrosísima!... Y apretándome al mismo tiempo contra sí,