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que se comerá la tierra! ¡Con razón todos andamos de purga!
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Y fuí llevado al escritorio de mi padre donde éste se encerró conmigo. Con gesto severo me comenzó a interrogar, e intimidado le confesé el móvil de mi acción.
Túvome encerrado unas dos horas y cuando me puso en libertad todos los habitantes de la casa me miraban y se reían a mandíbula batiente.
En cuanto a ella, la Diosa de mis pensamientos, al verme no pudo menos que ruborizarse y luego, como todos los demás, estallar en una carcajada y exclamar al ver a mi madre que atravesaba el patio.
— Magdalena!... Ahí tienes tu hijo, el enamorado del purgante.
Y las lágrimas se me saltaron de los ojos.
Cosechaba mi primer desengaño.