Repuesto de mi primera impresión, miréla a la cara y desde ese momento cesó el revoloteo de mi pensamiento de niño, fijándose en una aspiración a algo que horas más tarde mi precocidad me hizo adivinar lo que era.
Aquel bonito lunar de la barba me atraía, me hacía estirar imaginativamente hasta él los labios y besarlo frenéticamente.
En todo el resto del día sentí en mi boca el buen gusto dejado por el beso de la viuda reciente del gallardo Coronel, y en todas partes veía un detalle de su cara graciosa.
Ocupó el cuarto vecino al mío y a través de la puerta medianera que se hallaba clavada, yo sentí en la noche como dormía; oí la respiración, el ruido de su cama que crujía bajo su peso cada vez que se movía y, más de una vez, mi imaginación, me hizo creer que sentía entre mis labios aquel lunar enloquecedor, mientras mis manos correteaban sobre carnes duras como el mármol y suaves como la seda.
¡Qué noche mártir la que pasé!
La imaginación no fué dominada ni un minuto. En esos momentos de fiebre, forjé