— ¡No... no... déjame... Eres un falso! Pero déjate estar: yo te he de hacer corregir con tu misma mujer!
— (Riéndome) —Bueno... haga lo que quiera mi negrita!... ¿Dame un besito ¿quieres?... uno sólo?
— ¡Oh... bah! ¿te has enloquecido?
— ¡Dame un besito! ¿Sí?
— ¡No!
— ¿Sí? (y diciendo esto me incliné hacia ella, haciendo resonar la estancia con un sonoro y prolongado beso). Qué lindos nardos esos que tienes en el pecho!... Dámelos!...
— ¡Pues no!... ¿Lo quieres mi hijito para regalárselos a tu Josefina R... no es verdad?
— ¡No seas mala! (besándola en los lábios repetidas veces)... ¡No seas mala!
— (Riéndose). —¡Eres un gran pillo... un zalamero!
— ¡Bueno!... ¿Me das los nardos?
— (Haciendo un movimiento para sacarlos). ¡Si no te puedo negar nada!
— (Apresurado). ¡No, no, espera!... ¡Yo los voy a sacar con mi boca!
E inclinándome sobre su pecho y mirando su cuello alabastrino y terso como un raso, saqué de su seno el ramo de nardos blancos y fragantes que se expandía al calor de los encantos de Rosita.