— Bueno... dame la violeta primero, —me dijo.
— ¡Qué esperanza!... Primero los besos...
— No, no..., me vas a hacer trampa.
— Bueno... ¡los dos a un tiempo entonces!
— ¡Oh! ¿Y cómo?
— Vos tomas la violeta del tronquito y cuando me dés los besos, la largo.
Así lo hicimos, pero yo recibí los besos y no largué el tronquito.
— ¡Tramposo!
Y se dejó caer a mi lado haciéndose la que lloraba.
— Si me los has dado. ¡Yo fuí el que te los dí...!
— ¡Pues no!... Es lo mismo después de todo...!
Y yo pasé mi brazo al rededor de su talle aún no bien formado, yendo a poner mi mano sobre su corazoncito que sentí latía tan ligero como el mío, sintiendo a la vez otra cosa que me deleitó tocar.
— Bah!... mano larga!... — me dijo y riéndose porque le hacía cosquillas... —déjame!
Como yo continuara se echó para atrás descubriendo su cuello terso y se rió con toda franqueza, entrecerrando sus ojos negros.
Yo me levanté sin retirar mi mano de so-