— Dámela volvió a decirme, queriendo arrebatarme la codiciada flor y sin responder a mi pregunta.
— Bueno... ¿qué me dás?
— ¡Si no tengo nada que darte!
Y se puso encendida
— ¡Dame un beso!... ¿Quiéres?
— ¡Gran cosa!... ¿Y me dás la violeta esa?
— ¡Sí...! ¡no!... ¡Dame dos besos y te la doy!
— No... no quiero... ¡nos van a ver!
— ¡No nos ven... nos vamos allá... a la glorieta! Y me acuerdo que sin saber como, me encontré teniendo una de sus manecitas lindas, entre las mías.
— No... no...
— ¡Vamos... te la doy!
Y al decirle esto la tomé por la cintura para hacerla levantarse.
Se puso de pié y como yo le hubiera hecho cosquillas, se reía.
Riéndose me siguió.
Nos sentamos en un banco perdido entre el follaje, uno al lado del otro.