los patriotas empeñados en la obra de la redención. Mayores fueron las angustias patrióticas, cuando se supo que la legislatura había sido citada con urgencia para ocuparse del asunto, y, sobre todo, cuando empezó á circular el rumor, sordo al principio, ruidoso después, de que había un miembro del cuerpo legislativo que se atrevía, no solo á negar su voto á tal pretensión, sino, lo que era más inaudito, á acompañar esta negativa con una enérgica protesta.
La anunciada sesión en que la legislatura de San Juan debía ocuparse de este asunto, tuvo lugar, al fin, en medio de preparativos propios para infundir la alarma en corazones vulgares, pero no en patriotas dispuestos á sacrificar la vida por su patria. El acceso á la sala en que se reunía la legislatura, era difícil y peligroso. «El representante, dice el señor Rojo, tenía que franquear un zaguán lóbrego, donde se paseaba un centinela; tenía que subir una aportillada escala, á cuyo término había otro centinela; tenía que cruzar un ancho patio, donde paseaban ó se tenían con sus grillos los presos del cuartel; y, en el recinto mismo de la sesión, tenía que encontrarse con los vivos de un sargento mayor de secretario y á su espalda una buena comisión de jefes y oficiales, entre los cuales no faltarían el Pichón-de-burro, verdugo de las señoras de Mendoza, y quien sabe si no estaba el buen federal negro chagaray.» Sin embargo, esto no fué un obstáculo para que llegara hasta la sala y tomara asiento en ella, el diputado Rawson, quien iba á descargar sobre la tiranía los rayos de su elocuencia patriótica y viril.
En medio de un silencio solemne y pavoroso, solo