Las elecciones no eran ni grotescas parodias de comicios libres, como han sido en algunos estados después. Las urnas electorales no arrojaban ni siquiera los nombres que depositaban en ellas las autoridades superiores, sino los que, consultando su comodidad, tenía á bien introducir el modesto portero de la legislatura.
Refiere el señor Rojo, actor en una de estas escenas, que, pasando un día por la plaza principal de la ciudad de San Juan, acompañado del doctor Rawson y de don Wenceslao Espínola, llamóle particularmente la atención encontrar abierto el balcón de la casa donde se reunía la legislatura. Arrastrado por la curiosidad, resolvió imponerse por sí mismo de lo que pasaba; llegó hasta el patio; y se encontró, con gran sorpresa, delante de este edificante espectáculo: el portero de la legislatura conservaba en su mano algunas de las listas que habían sido distribuidas á los jueces de cuartel, para que practicasen la elección; y, al mismo tiempo, se quejaba de las molestias que algunos de los candidatos le ocasionarían para citarlos en su domicilio.
El señor Rojo y los señores nombrados, concibieron entonces el travieso proyecto de formar una legislatura que consultase las comodidades del portero, pero que, al mismo tiempo, diese representación á hombres sanos y bien intencionados de la provincia.
La acción que el doctor Rawson desplegó en la legislatura de San Juan, fué la que con todo derecho podía esperarse de sus relevantes condiciones morales é intelectuales. Aunando sus esfuerzos á los de los patriotas que habían ingresado al cuerpo legislativo mediante la buena voluntad del portero, el diputado Rawson se convirtió en un astuto