Página:Escenas matritenses - Tomos I-II (1842).pdf/21

Esta página ha sido corregida
7
EL RETRATO.

pasa dia por él. Finalmente, cuando me hallé en mi centro, fue cuando llegaron las ferias. No las hallé, es verdad, en la famosa plazuela de la Cebada, pero en las demas calles el espectáculo era el mismo. Aquella agradable variedad de sillas desvencijadas, tinajas sin suelo, linternas sin cristal, santos sin cabeza, libros sin portada; aquella perfecta igualdad en que yacen por los suelos las obras de Loke, Bertoldo, Fenelon, Valladares, Metastasio, Cervantes y Berlamino; aquella inteligencia admirable con que una pintura del de Orbaneja cubre un cuadro de Ribera ó Murillo; aquel surtido general, metódico y completo, de todo lo útil y necesario, no pudo menos de reproducir en mí las agradables ideas de mi juventud.

Abismado en ellas subia por la calle de San Dámaso á la de Embajadores, cuando á la puerta de una tienda, y entre varios retazos de paño de todos colores, crei divisar un retrato cuyo semblante no me era desconocido. Limpio mis anteojos, aparto los retales, tiro un velon y dos lavativas que yacian inmediatos, cojo el cuadro, miro de cerca.... «¡Oh Dios mio! esclamé: ¿y es aqui donde yo debia encontrar á mi amigo?»—Con efecto, era él, era el cuadro del baile, el cuadro del seminario, de los alojados, y del ama de llaves; la imágen, en fin, de mi difunto amigo. No pude contener mis lágrimas; pero tratando de disimularlas pregunté cuánto valia el cuadro. —«Lo que usted guste,»—contestó la vieja que me lo vendia; insté á que le pusiera precio, y por último me lo dió en dos pesetasinforméme entonces de