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VI
ESCENAS HATRITENSES.

pulares hasta los recónditos misterios de las artes, avasallando de este modo la imaginacion, y todos los medios de que se puede valer la filosofía para pintar al corazon humano. Pero esta aplicacion del ingenio, esta obra concienzuda de la razon, requiere cierta calma en el escritor, cierta tranquilidad en el pueblo, que desgraciadamente no hemos podido aun disfrutar en lo que va de siglo; y á esta causa puede atribuirse la singularidad de que nuestra nacion, contando entre sus escritores antiguos á los autores del Quijote, del Guzman de Alfarache, del Gran Tacaño, del Diablo cojuelo, y aun debiéramos añadir, del Gil Blas, no haya producido en el siglo actual, ni el mas lijero ensayo de un género en que tiene tan superiores modelos propios que imitar.

La prensa periódica, dominante hoy día por su influencia política y literaria, y el teatro, espectáculo movil y halagüeño, que mas como pasatiempo que como objeto de estudio, goza siempre del favor popular, eran, pues, los únicos recursos que quedaban al escritor de costumbres, en medio de una sociedad agitada é inconstante, que ni puede interesarse sino rápidamente por los caracteres y acciones fingidas; ni quiere fijar sus miradas sino en publicaciones periódicas, que nacen hoy para morir mañana; ó en los juegos de la escena que entretienen el ánimo sin fatiga del espectador.

Pero las nuevas doctrinas literarias, y la influencia de la moda europea, parecian cerrar tambien por algunos años hasta el mismo teatro á la pintura clásica de las costumbres contemporáneas, y afectarle particularmente á la de una sociedad antigua y misteriosa, que por su exageracion y estravagancia mas bien que histórica pudiéramos llamar novelesca é ideal; y los caracteres privados, los ridículos de la vida comun, no lograban escitar el interes del auditorio, subyugado ya diariamente con grandes y trágicas sensaciones, con ruidoso aparato, con magnífica entonacion.

La pintura festiva, modesta y natural de los usos y costumbres del pueblo, tuvo, pues, que abandonar por un tiempo determinado, el libro y la escena; tuvo que refugiarse al periódico, y subdividirse en minimas partes para hallar todavia auditorio. Cervantes mismo escribiendo en época semejante, hubiérase visto precisado á reducir sus cuadros á esas pequeñas proporciones; su inmortal novela, arrojada en medio de nuestra tur-