Antonio estaba aturdido, y aunque no comprendía aún lo que pasaba ese momento, sí penetró que todo su plan estaba descubierto.
—Señor comisario, dijo al cabo en voz enérgica, puedo jurar á Ud. que la señorita Juana N.... no está conmigo.
—¡Bah! lo creo: no está aquí con Ud.; pero de seguro se halla en algún cuarto de la casa ó en un escondite.
—Ni en casa ni en escondite alguno.
—¿Y esos caballos? ¿No son para largarse Ud. y ella al pueblo N....? ¿No han venido en ellos desde Cashapamba?
—Señor.... Al pueblo......
—No venga Ud. con más excusas.
—Esos caballos......
—Están en vano ahí; ó más bien servirán para el viaje á Ambato. He llegado á tiempo para impedir que Ud. consuma su crimen.
—Señor, puedo explicar á Ud......
—No necesito explicación: lo sé todo, y la misma turbación de Ud. confirma cuanto sé.
—Padece Ud. un engaño. Yo iba á montar......
—¡Yo engañado! ¡Bah! Poco me conoce Ud. Ni el diablo con toda su astucia es capaz de engañarme.
—Pues, señor......
— Pues, señor, repito que no perdamos tiempo.
—Cierto, señor comisario, esto es perder mucho tiempo, dijo don Bonifacio; amarremos á este bribón y procedamos al punto á buscar á Juanita. Yo doy con ella en uno de esos cuartos: ¡segurito!
—Viejo insolente, gritó Antonio.
—¡Pillastre!
—¡Al orden! Soy el comisario y no me dejo faltar al respeto. ¡Eh! muchachos! añadió dirigiéndose á los gendarmes, pie á tierra, volando, y vamos tras la presa. Un premio al que me la entregue.
Desmontáronse é iban á ejecutar la orden de la autoridad, cuando entre las sombras de una avenida de naranjos se notó que venía gente. Eran unos indios; estos indios traían algo; este algo era una cosa blanca suspendida en sus brazos. Todas las miradas so fijaron en ella y todos los labios dijeron: —¿Qué es? ¿qué es eso? Y el comisario, y don Bonifacio, y Antonio y todos se adelantaron llevados de la curiosidad. Era un bulto; era un sér humano; era un cadáver, y cadáver de mujer, cuyo cabello arrastraba y cuyos brazos y pies blanquísimos colgaban hasta el suelo; ¡era el cadáver de Juanita!......
Antonio dio un espantoso alarido, abrió los brazos y se echó sobre él, y lo ajustó juntando su rostro pálido y desencajado al rostro helado y húmedo de su amada Juanita.