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de ladrones. Despué no habrá motivo de temor.

La joven nada contestó.

—¡Eh! Juanita, prosiguió el viejo, ¿has enmudecido? Yo creo que lo que perdiste esta madrugada en el tambo, fué la lengua.

Juanita prosiguió en silencio.

—¿Quieres echarte un buche? Mira que en este frío de los diablos provoca darle un beso á mi cuerno.

Juanita en sus trece: calla que calla.

Don Bonifacio se alzó de hombros, levantó el codo largo rato y no volvió á chistar.

La joven había sospechado que fué su tío el ladrón de la carta, y el enojo vino á acompañar su tristeza, y se aumentó su inquietud. Sin embargo, mucho había que caminar, y quizás luégo, quizás más tarde, quizás por la noche.... En fin, Antonio cumpliría su palabra.

Dejaron atrás la esplanada de Huincha y llegaron á la Cruz de Tiopullo. En sus inmediaciones y á la derecha se hallaba la entrada de un camino estrecho que tocando en algunos pueblos de Latacunga y dando un gran rodeo iba al fin á dar á las cercanías de Ambato. En esa división de los dos caminos se detuvo don Bonifacio, y volviéndose á Juanita la dijo con sonrisa maliciosa y en tono de triunfo: —Hijita, por aquí.

—¡Por aquí! repitió la joven dolorosamente sorprendida.

—Como lo has oído.

—Pero si no es este el camino.

—Camino es y bueno, y en él no hay ladrones.

—¿A dónde vamos por aquí?

—A Ambato.

—¡Si se da una vuelta inmensa!

—No importa.

—Si no hay posadas y......

—No importa: esta noche llegamos á casa.

—¡Pero tío!

—¡Pero sobrina!

—Yo no me voy por aquí.

—Te irás quieras que no quieras.

—Váyase Ud. solo, que yo sigo adelante.

— ¡Ja ja ja, loquilla! Sígueme.

—No quiero.

—¿Qué?

—Que no quiero.

—Pues yo sí quiero. ¡Adelante!

Y el viejo poniéndose detrás dio un fuerte riendazo en las ancas del caballo de su compañera, que disparado y poniendo en riesgo de una caída á la joven, se metió por el deshecho.

—¡Qué despotismo! ¡qué crueldad! exclamó la infeliz, agarrándose con ambas manos del pico de la silla.