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La dobló cuidadosamente y puso el sobrescrito; para quién, ya UU. pueden imaginar. Metióla en el seno y, dirigiendo una mirada tierna y triste á una imagen de la Vírgen que pendía de la pared, mirada que fué una súplica y juntamente, quizás, un presentimiento del que la joven huérfana no podía darse cuenta, se encaminó al cuarto de doña Marta.

—¿Ya está la carta? la preguntó.

—Ya, hijita. Llama á quien la lleve al correo.

Juanita tuvo cuidado de llamar á la inquilina de sus confianzas, á quien, al salir las gradas, hizo una seña para que pasara tropezando con ella como al descuido, pues la tía estaba presente.

—¡Jesús! ña Juanita, creo que la pisé, dijo la mujer, tomando rápidamente algo que le daba la joven sin que lo advirtiese la patrona.

Pocos minutos después la inquilina dejaba en la estafeta dos cartas en vez de una.

A doña Tecla disgustó profundamente, no tanto lo ocurrido con el oficial, cuanto la necesidad de hacer volver á Juanita á su lado. Su primer pensamiento fué negarse á la solicitud de su hermana, y pedir que encerrase á Juanita en un monasterio; pero algunas reflexiones de don Bonifacio, justas ó no, la hicieron comprender que eso no era muy fácil para personas que no tenían valimiento en la capital. Entonces se le ocurrió á doña Tecla enviar á su sobrina al monasterio de Riobamba, en donde contaba con el apoyo de una religiosa, su parienta. —Resuelto, dijo á don Bonifacio; te vas á Quito lo más pronto posible á traer á esa loquilla que me da tantos dolores de cabeza. Durante tu viaje, haré las diligencias con la madre N..; llegas aquí, y por la misma, á Riobamba, sin perder un momento. Ya veremos si la loquilla y el desnudo del tal Antonio pueden más que yo. Tú me conoces: yo soy quien soy.

Don Bonifacio no pudo ponerse en camino sino el lunes siguiente al día en que doña Tecla recibiera la carta de su hermana, y por mucho que anduviera, no podía llegar á Quito sino el martes por la tarde, ó á lo menos algunas horas después del correo. Así, pues, tiempo había para que Juanita recibiese contestación á la carta que había dirigido á Antonio, y tal sucedió. Leyóla, palideció, tembló y regó abundantes lágrimas, que aunque trató de ocultar á doña Marta, no le fué posible; pero ésta juzgó que emoción y llanto provenían de la proximidad del viaje, y áun llegó á imaginar que eran señales de lo mucho que la joven se apenaba por la separación de su querida tía, lo cual para ésta fué causa de tierna gratitud, y lloró también.

¿Por qué se afligía tanto Juanita? La carta de Antonio rebosaba en amor, en juramentos de fidelidad y en promesas halagadoras, y contenía, además, un plan de operaciones, como él decía, encaminado á vencer toda dificultad v coronar su deseo mutuo