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movimiento fué para ponerse en pie.

— Sigue como estás, Juanita, se apresuró á decirle Antonio, sentándose incontinenti junto á ella. Comprendí la seña que me hiciste con los ojos, y te he seguido y hallado fácilmente.

— Cierto, Antonio, quise hablarte á solas; pero no es para decirte ninguna cosa agradable.

— ¿Qué nuevo contratiempo tenemos, amor mío?

— No es nuevo: es el mismo que viene persiguiéndonos hace un año; pero que cada día se hace más insoportable. ¿Sabes que me voy da Ambato? O más bien, mi tía me destierra.

— ¡Cómo!

— Como me oyes.

— Pero ¿por qué te destierra?

— Porque nos amamos; porque quiere impedir nuestra unión á todo trance; porque mi tía es muy mala conmigo.

— ¡Qué injusta y qué caprichosa es doña Tecla! Te amo, pero mi amor es honesto y puro; te amo, pero mi intento es santificar mi amor con el matrimonio; te amo, y mi único vehemente deseo, si te pido felicidad para mí, es dártela también tan grande y tan cabal cuanto pueda con mi vida de fidelidad, honradez y trabajo. ¿Cómo, pues, se justifica la opinión de tu tía? ¿Acaso mis honrosos antecedentes no le son conocidos?

— Todo cuanto dices es cierto, Antonio; pero ya te indiqué mis sospechas acerca del motivo de esa injusta oposición: ella y yo vivimos de la pensión que tengo en el Tesoro; una vez casada, dejaré de percibirla, y tú eres muy pobre para que puedas reemplazarla; y aun cuando lo pudieses, tía Tecla no dispondría de ella con la libertad con que lo hace ahora.

— Muy probable es tu sospecha. ¡Ah! la pobreza... mi pobreza!... Pero ¿á dónde quiere enviarte?

— A Quito, encargada á mi tía Marta, que quizás sea más fastidiosa que tía Tecla.

— ¿Cuándo te vas?

— Dentro de ocho días.

— Pues bien, en estos ocho días abriremos nueva campaña y agotaremos todos los medios. Hasta ahora no he hablado directamente del asunto á doña Tecla, que es tan intratable; pero lo haré mañana. Si se niega, si se obstina, nuestra voluntad allanará de otro modo las dificultades.

— Ya sé tu proyecto: ya me lo has dicho antes. ¡Ah, cómo me repugna! ¿No hay otro arbitrio?

— ¿Qué otro nos queda?

— Seguir instando.

— ¿Y si ella sigue en sus trece? Mira, Juanita, es preciso que te fijes también en una circunstancia que te hará menos repugnante el acto á que doña Tecla nos obligue.

— ¿Cuál es esa circunstancia? preguntó con viveza la joven.