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lo es menos que los ejércitos del Rey siempre le secundan y que la opinión popular le apoya generalmente. A Mazarino, por el contrario, ni le ayuda el Estado llano por su calidad de extranjero y por su doblez y avaricia, defectos y vicios menos simpáticos al vulgo que los vicios y defectos de Richelieu, ni las tropas tampoco le acatan cuando tiene enfrente de sí al vencedor de Sommershausen ó al caudillo de Rocroy.

Lógico parece, después de lo dicho, que no quepa dividir y clasificar en fines concretos el alto fin perseguido por la política de Mazarino y que sólo sea posible apuntar este último, no distinto en realidad del columbrado por su antecesor y por él propio asegurado en la Paz de Westfalia, prólogo de la que en 1859 había de firmarse en la Isla de los Faisanes y de dar á la postre á los nietos de San Luis el Trono de San Fernando.

Muy diversa es la situación de Europa al encumbramiento de Mazarino de aquella otra