dogmático, si bien en el fondo de su alma continúa él admirando y sintiendo por cima de toda novedad las eternas bellezas de los poemas de Homero y de Virgilio.
La sutileza del espíritu de Valera le induce muchas veces á alambicar las ideas y los sentimientos y arrástrale no pocas á llevar la contra á cuantos son aficionados á sentar conclusiones absolutas. Es tal la aristocracia del entendimiento del insigne maestro, que juzga siempre inadmisible ó impugnable todo tópico y sabe rebajar la importancia ó limitar el alcance de toda afirmación ó negación con tan admirable tino y con entonación tan apacible y persuasiva que, lejos de acusar deseo de singularizarse, denota innata aversión á seguir rumbos marcados por indoctas muchedumbres.
Varios críticos acreditados que tuvieron el acierto de aplaudir el delicado instinto con que Valera sigue las corrientes del progreso sin menoscabo del casticismo y de la