pensada y acaso ya empezada una novela que por el plan general que de ella conozco, es susceptible de despertar en más alto grado el interés de los lectores, que las narraciones quiméricas de este su último libro.
El cuento que Villasinda intitula «La ahijada de los silfos» y que ocupa cerca de la segunda mitad del volumen, hermana con suma habilidad la nitidez propia de la literatura clásica con el candor infantil característico de las leyendas medioevales. La intervención providencial del austero penitente en la hasta entonces apacible vida selvática de la heroína, suscita el recuerdo de alguna cantiga del Rey Sabio ó de algún episodio de los contenidos en la «Leyenda áurea», de Jacobo á Vorágine. Hubiera ganado mucho en mi opinión este primoroso cuento si el autor hubiese querido ser menos difuso. Tal vez si la sencilla acción se desarrollara en más reducido número de páginas, fueran mayores el interés y la emoción del lector. Es de justicia, no obstante,