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El Marqués de Villasinda tiende, en mi concepto, á supeditar el fondo á la forma. Poseído de noble y plausible indignación ante los extravíos gramaticales en que incurre la gente de pluma, movida de perezosa impaciencia, el Marqués cae en el extremo contrario y lleno del legítimo anhelo de volver por los fueros de la forma, sólo á la forma concede verdadera importancia y busca en los motivos que escoge para ejercitar la péñola, propicia ocasión de lucir los profundos conocimientos que atesora del léxico castellano.

Prueba elocuente de la preferencia que por la forma manifiesta Villasinda es que ni siquiera se preocupa de que el fondo de su libro tenga un color castizo y se contenta con narrarnos cuentos de encanto y quiméricas hazañas que cuanto más se aproximan á los imaginados por cerebros septentrionales, más se alejan del sobrio y regocijado realismo, nota característica y perpetuo timbre de gloria de las clásicas letras españolas.