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ocasión solemne. El señor Arzobispo de Santiago habla en mi sentir entonces como cumple á un Príncipe de la Iglesia y sustenta doctrinas que, por su carácter eterno é inmutable como la verdad del dogma de que el venerable Prelado se considera depositario, no pueden revestirse de atenuaciones ó tímidos eufemismos tan tornátiles como los caprichos de la moda.

No hallo yo, por otra parte, el antagonismo que encuentra el Sr. Mesa entre la pobreza que nuestra Santa Religión predica y la pompa indumentaria desplegada por el Cardenal Herrera en las ceremonias del culto. La sencillez de la vida episcopal es perfectamente compatible con el lujo de las funciones de Iglesia y si nadie podrá señalarme un episodio del Evangelio en que el Divino Maestro condene la magnificencia del ritual, yo puedo en cambio citar aquel pasaje en que Jesús responde á la censura que merece á Judas Iscariote la piedad con que vierte ungüento