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humildes de envidiosos del bien ajeno? ¿Cómo se comprende que el Sr. Mesa no nos pinte en sus austeros cuadros de la montaña, más que crepúsculos aborrascados, embrutecidos zagales y apocadísimos labriegos? Yo no puedo creer que el Sr. Mesa haya tenido siempre la mala suerte de recorrer la Sierra en tiempo desapacible; yo no debo pensar que el señor Mesa no ha encontrado en sus excursiones venatorias más que supersticiosos gañanes; yo no quiero deplorar con él la candidez de aquella humilde gente ni compadecerla por su credulidad, aunque sí quiero aplaudir y aplaudo á mi buen amigo por la intrepidez con que se decide á desvanecer ante los ojos inocentes de los campesinos, el secular y terrorífico misterio de la charca.

Inclinóme á creer que el Sr. Mesa ha sentido muchas veces también al explorar la Sierra que la diáfana sonrisa del cielo azul iluminaba su frente, que los precisos contornos de las enhiestas curvas le invitaban á