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sugestionados por los usos en boga, adoptan de continuo otras actitudes psicológicas que les parecen más en armonía con las corrientes del siglo.

Estas corrientes no son fecundantes como las palabras del Evangelio, sino demoledoras como las cínicas pedanterías de Nietzsche; y no seguirlas, siendo como es su rumbo tortuoso y enigmático, pudiera denotar falta de arrestos. Síguenlas, por lo tanto, espoleados por la soberbia los que á superhombres aspiran, y picados por el amor propio, no esquivan tampoco sus caricias los que temen puerilmente pasar por enemigos del progreso.

Las emanaciones de esas corrientes engendran una atmósfera viciada que, tal vez sin quererlo, ha respirado el Sr. Mesa y que ha envuelto su clarísimo talento en las brumas de la desolación y del escepticismo. ¿Cómo de otro modo se explica, que el Sr. Mesa califique á todos los sacerdotes de fariseos, á todos los ricos de egoístas y á todos los