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otro estímulo para tomar parte en las sañudas batallas de la vida que el ansia pecaminosa de apoderarse del corazón de Mará, pura hasta entonces, perpetrando por lo menos el adulterio de las almas, tan opuesto á los principios del honor como la mancilla del tálamo.

El paladín de la tradición nacional se nos aparece en el siniestro cuadro compuesto por el Sr. Antón del Olmet, como uno de tantos canallas ociosos y acaso más menguado que otros muchos, desde el punto y hora en que alardea todavía de profesar creencias religiosas y morales que son ya letra muerta para los demás personajes que intervienen, desempeñando el papel de Tenorios, en la acción de la novela.

No he de acabar este boceto de crítica sin declarar honradamente que considero de exactitud muy dudosa la pintura del medio en que esta acción se desarrolla. Acaso el Sr. Antón del Olmet, saturado de indignación nobilísima y presa de muy lícita amargura, padece una