con el disfraz de juicio crítico, dedicase al ya antiguo amigo y compañero una sarta de lisonjeros lugares comunes.
El argumento de la novela es no más el pretexto de que se vale el autor para desahogar su espíritu de la cólera que le inspira la corrupción de costumbres de la aristocracia española; y acerca de la eficacia con que ese argumento contribuye á fortalecer la ética del Sr. Antón del Olmet, hay no poco que argüir.
Aquel Conde de Queralt que mira con aversión el medio social en que le ha colocado su nacimiento, que se escandaliza de la liviandad de las duquesas y diplomáticas, que execra la infamante tolerancia de los maridos y que se resiste á prestar homenaje á aventureras que ostentan como único título al respeto social, su cinismo y su fortuna; aquel Conde de Queralt que siente la nostalgia de su honrado solar mallorquín y llora como Rodrigo Caro ante las Ruinas de Itálica, sobre los escombros del viejo honor castellano, no siente