versos, se aparta en su nueva obra de la sencillez inefable que caracteriza á nuestros inmortales prosistas, ora remonten el vuelo á las regiones de la Teología, ya encomien las proezas de las grandes figuras de nuestra Historia ó narren en tono de desengaño, exento de apocada tristeza, las malaventuras de arruinados hidalgos ó de socarrones sopistas.
Para acentuar el contraste entre las ostentosas costumbres parisienses y la llaneza de los hábitos de los magnates españoles de antaño, emplea el Sr. Antón un lenguaje algo afectado, en el cual se sacrifican á cada paso á la rimbombante entonación los preceptos de la sintaxis. El amor desaforado á un ritmo caprichoso, que tiende; tal vez á despecho del autor, á imitar el de la Mauricio Maeterlinck, hace á veces obscuro el relato y obliga al lector á detenerse á descifrar como si fuera un jeroglífico, la locución más corriente. Quizás el Sr. Antón del Olmet pretenda justificar el abuso de las licencias