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La lectura de la Memoria del Sr. Elorrieta empezó á desvanecer mis optimismos y creería faltar á un deber de conciencia si me aviniese á escuchar en silencio algunos de los conceptos en ella tan brillantemente desarrollados.

Mucho temo que el escepticismo que invade las almas de la juventud contemporánea y que se considera de buen tono, no haya perdonado á los cultos cerebros de los señores socios del Ateneo, y no me sorprenderá por lo tanto, que acojan con una benévola ironía la buena fe y el entusiasmo con que yo trato de impugnar parte de la Memoria del señor Secretario.

Antes de entrar en materia debo advertir que más que un espíritu de oposición, más que una afición á la controversia, me impulsa á hacer uso de la palabra el deseo de que mis dignos adversarios tengan la bondad de despejar las nubes formadas por acusaciones vaguísimas que me impiden distinguir claramente los contornos de ese