juzga con desenvuelta osadía á los monarcas y censura la educación deficiente que suelen recibir los príncipes; lamenta la inconstancia y apostrofa con dureza la ingratitud frecuente de las testas coronadas; sueña en fin con un Estado regido por la triple y armónica iniciativa del Rey, la Iglesia y las Cortes en el interior, y lanzado en los negocios exteriores al guerrero apostolado en que las almas se templan y purifican y se halla el remedio más eficaz contra las penurias económicas.
Evidentemente no podía Mariana, por profunda y progresiva que fuese la inteligencia con que le había favorecido el Cielo, emitir en política ni en filosofía juicios tan inmutables que pudieran resistir los cambios ineludibles operados por el transcurso de los siglos. Mariana tenía forzosamente, á pesar de la nativa independencia de su espíritu, que participar de las preocupaciones y de los puntos de vista de sus contemporáneos y no podía redimirse