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de la contienda el mando de nuestros menguados ejércitos á capitanes como D. Luis de Haro, vencido en Elvas, como el segundo D. Juan de Austria, deshecho en Extremoz y como el marqués de Caracena, buen teórico en el arte militar, pero de temperamento poco apto para sufrir los contratiempos de la guerra, derrotado en Villaviciosa y en Montesclaros.

Gran desdicha fué para nosotros en aquellos tiempos que no surgiesen hombres de tanta capacidad militar como la del duque de Alba ó la del conde de Fuentes; pero preciso es reconocer que la planta de los grandes capitanes no pudo en aquella sazón hallar terreno abonado en las tropas españolas. El en tusiasmo por el ideal, la ilusión por coger el fruto de la inmediata victoria, la confianza en la propia fuerza, el orgullo de pertenecer á una institución temida y respetada, la fe en la grandeza del papel que les encomendó la Providencia; toda esa serie poderosa de resortes morales que daban impulso al brazo de los