Explican fácilmente estas inconcusas verdades la ruina á que llegó España en los últimos días del reinado de Carlos II y la prosperidad material que por aquella misma época alcanzaron pueblos menos favorecidos que el nuestro por la Naturaleza y la Fortuna.
Admitidas las anteriores razones psicológicas, físicas é históricas como buenas para explicar la postración de nuestra patria en las últimas décadas de la dinastía austríaca, no será lógico vituperar la conducta del Conde Duque de Olivares en lo que se refiere á sus supuestas excesivas complacencias con la potestad eclesiástica. Católica ó protestante, hubiera la sociedad española de aquellos días adolecido de iguales vicios é incurrido en los mismos errores, con la agravante de que, relajados los principios que reglamentan la vida espiritual por el principio de libre examen, hubiera la crónica indisciplina que agotaba los vigores de la actividad social, extendido su esfera de acción á los dominios de la