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tes y pretenden aborrecer mas al género humano, buscan un admirador, ó quieren grangearse apasionados. Si llegamos á hacer abstraccion de lo que sienten y piensan los demas hombres, todos los placeres menguan, y toda gloria se extingue. Cada uno tiene señalada su dosis de felicidad, y el que quiere mayor cantidad pronto experimenta que el aumento de placer no equivale a la mitad de la pena.

La gran ley del cielo es el orden: y sentado ya este principio, es claro que hay y debe haber hombres mas ricos, poderosos y hábiles unos que otros; pero seria querer chocar con todo sentido común el inferir por eso de aqui que tambien han de ser mas felices. Aunque esten repartidos desigualmente los bienes de fortuna, siempre que los hombres sean iguales en felicidad debemos confesar que el cielo es justo é imparcial, pues lejos de destruir la felicidad esta desigualdad de bienes, produce necesidades mutuas, que contribuyen á acrecentarla. La diferencia que se nota en la naturaleza sirve para conservar la paz; ni la condicion ni las circunstancias son las que hacen la esencia de la felicidad. La misma es para el súbdito que para el Rey, para el que defiende que para el defendido, para el que halla un amigo que para este