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ENEIDA.
XLII.

Tarde era ya, cuando del alto cielo
Oteando el olímpico monarca,
Tierras y costas, el tendido suelo,
Y el mar de velas erizado, abarca
De una mirada, que con vivo anhelo
Fijó, en fin, en la líbica comarca;
Y, los ojos brillando humedecidos,
Vénus así le hablaba con gemidos:

XLIII.

«Padre y señor de dioses y mortales;
Rey, cuyo brazo con el rayo aterra!
¡Oh! mira al hado, tras acerbos males,
Cuál á mi Enéas y á los Teucros cierra,
No del país que guarda, los umbrales,
Mas los ángulos todos de la tierra!
Para sufrir contrariedad tan fuerte,
¿Con qué crímen pudieron ofenderte?

XLIV.

»Tú prometiste que de aquí, algun dia—
¿Lo recuerdas?—de aquí, de la troyana
Estirpe restaurada, se alzaria
Reina del mundo la nacion romana.
¿Qué nuevo plan la ejecucion desvía?
Yo usaba con las dichas del mañana,
Del ayer y sus ruinas consolarme;
Mas ¿vemos hoy que el hado se desarme?