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VIRGILIO.
XXVII.

»¡Huid, vientos! ¡huid avergonzados;
Ni espereis de piedad segunda muestra;
Y á vuestro Rey decidle que los hados
No el tridente pusieron en su diestra:
Los reinos de la mar son mis estados!
Riscos él tiene allá, guarida vuestra;
Que respetoso á ajenos elementos,
Reine guardian de encadenados vientos!»

XXVIII.

Dice; nubes disuelve, el sol desnuda,
Y pone en paz las olas que batallan:
Cimotoe y Triton de roca aguda
Los míseros navíos desencallan;
Con su tridente él mismo les ayuda,
Las sirtes abre, y cielos y aguas callan;
Y por cima del mar, que apénas riza,
En levísimo carro se desliza.

XXIX.

¿Quién vió tal vez con la rabiosa ira
Que la plebe en motin ruge y revienta?
Teas, guijarros por el aire tira;
La fuerza del enojo armas inventa:
Mas si á un prócer piadoso alzarse mira,
Se contiene, se acalla, escucha atenta;
Sola esa voz los ánimos ablanda,
Lleva la paz, y la obediencia manda.