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ENEIDA.
LXXVIII.

Al són de estas palabras, un momento
Mitigó Palinuro su agonía,
Y fuése, revolviendo el pensamiento
Que un país de su nombre se gloría.
Ellos siguen en tanto á paso lento.
Caron su barca á la sazon movia,
Y de en medio del lago divisólos
La muda selva atravesando solos.

LXXIX.

Y en recia voz prorumpe: «Tú, quienquiera
Que armado invades mis dominios, tente,
Y qué quieres, dí luégo, en mi ribera.
Aquí en horror profundo eternamente
Moran los Sueños y la Noche impera:
No admite el bote estigio alma viviente;
Ni de atinado, si exenté, me loo,
Ya á Alcídes, ya á Teseo y Piritoo.

LXXX.

»En su abono, su orígen sobrehumano
Mostraban, cierto, y generoso brío:
¡Ah, y aquél ante el trono del tirano
Fué el guarda á encadenar del reino umbrío,
Y temblando arrastróle con su mano;
Y estotros en furioso desvarío
Por robar nuestra Reina, ¿quién tal osa?
El tálamo invadieron de la Diosa!»