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VIRGILIO.
LI.

Nocturnas aras en seguida eleva
Al Rey estigio: enteras á la llama
De los novillos las entrañas lleva,
Y encima óleo abundante les derrama.
Y hé aquí, ántes de rayar aurora nueva,
Treme la tierra, su hondo seno brama,
Oscilan selvas y vecinos cerros,
Y en la sombra ulular se oyen los perros.

LII.

Ya llega la Deidad. Con voz sonora
Grita la profetisa: «¡Huid, profanos!
Desamparad la selva; y solo ahora
Vén tú conmigo, ¡oh Rey de los Troyanos!
¡Vén, desnuda la espada vencedora,
Rodeado de alientos sobrehumanos!»
Dijo y hundióse: á su furente guia
Enéas con pié intrépido seguia.

LIII.

¡Oh los que de las almas inmortales
Teneis, Dioses, el cetro y monarquía!
¡Cáos! ¡Flegeton! ¡Tinieblas sepulcrales!
¡Lugares de silencio y noche umbría!
¡Concededme salvar vuestros umbrales,
Y que al orbe revele la voz mia
Lo que vi, lo que oí, cuanto misterio
Guarda vuestro hondo, funeral imperio!