»Y ¡oh tú que en siglos ves áun no llegados,
Santa sacerdotisa! (yo no pido
Imperio no ofrecido por mis hados)
Da á mis Teucros gozar reposo y nido
Con los Dioses de Troya fatigados;
Y á Hécate y á Apolo, agradecido,
De mármol fundaré templo y altares
Y fiestas en su honor apolinares.
»Tú en mi reino tambien ilustre asiento
Tendrás, y tus sagradas predicciones
Guardando con solemne acatamiento,
Tu culto servirán dignos varones.
Mas oye: á la merced irán del viento
Tus palabras si en hojas las dispones;
Canta tú misma lo que cierto veas.»
Aquí dió fin á su oracion Enéas.
En tanto la Sibila áun se subleva
Por sacudir el númen que la oprime,
Y feroz se revuelve en la ancha cueva:
Fogoso corazon, labio que gime
El Dios le doma, que sobre ellos lleva
Hasta grabarla, inspiracion sublime;
Y dan su voz en ecos las cien puertas
Todas á un tiempo sin esfuerzo abiertas.