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LIBRO QUINTO.


I.

Ya salvo Enéas con sus naves hiende,
Merced del Aquilon, la mar oscura,
Y tornando á mirar, su vista ofende
La dejada ciudad, que arde y fulgura:
La causa no se ve; mas ¿quién no entiende
Cuánto puede en mujer venganza dura
Y obstinada pasion? Y así el viajero
Terror concibe de funesto agüero.

II.

Despues que ya se hubieron engolfado,
Y entre agua, al fin, y cielo no ven cosa
Sino el cielo y el agua, azul nublado
Sobre las naves sólido se posa
De lobreguez y tempestad cargado:
Con tristes amenazas espantosa
La ecuórea inmensidad se entenebrece;
Esfuérzanse huracanes, la onda crece.