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ENEIDA.
XCIII.

Tal las huestes de Euménides Penteo
Y dos soles, dos Tébas mira insano;
Tal Oréstes con ciego devaneo
Comparece en la escena huyendo en vano:
Con fuego y sierpes tras el hijo reo
Arma una sombra la terrible mano,
Y vengadoras Furias las entradas
Sitian del templo, en el umbral sentadas.

XCIV.

El dolor la ha vencido; la despeña
El furor: el partido extremo abraza;
Y en su mente los trámites diseña,
Acuerda el modo, y el momento aplaza.
Su intento oculta, y con la faz risueña
Dice á la triste hermana: «Hallé la traza
Como al ingrato á reducir acierte,
Ó de él mi atado corazon liberte.

XCV.

»Me des la enhorabuena, hermana, espero;
Mas oye el caso. En el país lejano
Que ve del sol el resplandor postrero
Y el límite final del Oceano,
Allí demora el último lindero
Que posee atezado el Africano;
Allí el cielo con fuego rutilante
Rueda en los hombros del eterno Atlante.