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ENEIDA.
LXXXVII.

Tal la triste con lágrimas decia;
Tal á Enéas con lágrimas la hermana
Habla, y vuelve, y retorna, y su porfía
(No hay con él argüir) fatiga es vana;
Que ni por llantos su intencion varía,
Ni á ruegos ya su voluntad se allana;
Rigor del hado: al penetrar su oido
Embota un Dios la fuerza del gemido.

LXXXVIII.

Cual recio, antiguo roble á quien trabada
Legion de vientos en el Alpe embiste;
Braman; cruje la rama atormentada
Y de hoja el suelo en derredor se viste;
Mas él, asido de peñascos, nada
Teme, y á opuestos ímpetus resiste,
Y el cielo con su copa hiriendo altiva,
Con raíz honda en el Averno estriba;

LXXXIX.

Él así de querellas golpeado,
Cuando su angustia divertir no pueda
Tenaz resiste de constancia armado;
Inútil llanto de los ojos rueda.
Mas Dido, á quien temblar hace su hado,
Morir quiere que el cielo la conceda;
Ni la bóveda espléndida celeste
Torna á mirar sin que pesar le cueste.