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ENEIDA.
LXXV.

»¡Y ahora la voz de oráculo divino
Fuerza su voluntad! ¡Febo le guia!
Ni há mucho el nuncio de los Dioses vino,
¡Y es heraldo que Júpiter le envía!
¡Y en los aires abriéndose camino
Le trae la órden fatal! ¡Quién pensaria
Que hubiesen de alterar cuidados tales
La alta paz de los Dioses inmortales!

LXXVI.

»Nada te objeto, ni partir te impido:
Vé, y por medio del mar, en seguimiento
Camina de ese imperio prometido;
¡Busca esa Italia con favor del viento!
Mas si justas deidades, fementido,
Algo pueden, te juro que el tormento
Hallarás, entre escollos, que mereces,
Y á Dido por su nombre allí mil veces

LXXVII.

»Invocarás; y Dido abandonada,
Con tea humosa aterrará tu mente;
Y cuando á manos de la muerte helada
Salga del cuerpo esta ánima doliente,
Yo, vengadora sombra, á tu mirada
En todas partes estaré presente!
Tu crímen pagarás; sabráse, oirélo:
¡Eso en el Orco irá á acallar mi duelo!»